Diciembres...

©2006 RKM
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El centellante y frígido metal penetró por entre las fibras de mi carne, nítidamente, frenando el émbolo de mis tobillos y cegando la carrera de mis piernas, en medio de un manantial de sangre.

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El aire se bautizó de polvo y bajo una ronda de álamos, mis lágrimas parieron el sabor de mil derrotas...

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En esa época no te conocía y mis manos eran pequeñas masitas llenas de curiosidad pulposa; mi sonrisa no era todavía en tu aliento y de mi boca no salían más que sílabas llenas y vocales habitadas por sueños grises.

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Ya frente al fogón, enterré mis pies en la parte más tibia del rescoldo, ahí donde se mezclaba la frialdad de la tierra húmeda con el calor de las brasas; mis dedos conversaban con las cenizas y el fuego crepitaba lento, mientras mi sangre coagulaba sin prisa, condensándose despacio a medida que me quedaba dormido con la cabeza apoyada en un pelero de grueso fieltro. En mi espalda caían dos viejas mantas de cordero...

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Al despertar, habitaba en mi boca una sensación nueva aunque reconocible; un tibio pedazo de carne, mezcla de sudor salado y manjar de carne ahumada.

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...dejé mis ojos cerrados y prensé con mi lengua tu corona, cada vez más blanda y más roma, sentía el latir de tu carne entrar por la comisura de mis labios, como nutriendo.

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Luego abrí la mirada y comprendí el significado detrás de la palabra secreto...

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Al calor de tus manos y de tu saliva delirante, sangramos y ascendimos como una sola materia evanescente, alejándonos de la tierra, sembrando el cielo con estrellas nuevas. Constelándonos, expandiéndonos...

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