Bello púbico
La primera vez que sentí miedo de morir, fue al anochecer de un 11 de septiembre en Concepción.
Corría 1984 y caminaba regreso a casa después de jugar fútbol y pasar la tarde entera en casa de Gregorio, mi yunta del colegio y ahora compadre.
Siempre recorría la misma vereda por calle Pedro de Valdivia, río abajo, y con el sudor todavía pegado en la ropa por una tarde de juegos y ocio. A medida que me acercaba al callejón que daba acceso a la casa de mis padres escuchaba con mayor fuerza e intensidad a cada momento, y siempre hacia el río, las balaceras que envolvían la penumbra con un eco lejano y sordo.
En la calle y después de un centenar de pasos, frenó su carrera frente a mí un lóbrego bus de Carabineros del que descendió un piquete de comandos que corrió hacia el río, calle abajo por el sector de la Mochita; uno de los oficiales que cubría las espaldas del pelotón, se percató de mi presencia junto al paradero y apuntó instintivamente su arma de servicio en mi dirección.
20 metros de soledad y tenues sombras nos separaban. El brillo de una solitaria luz de magnesio que colgaba del farol de la esquina, me delataba perfectamente de cuerpo entero y creo que para mi fortuna...
Por azar cargaba yo una pelota "tango", de moda desde el mundial de Argentina `78.
Mientras tanto, desde el otro lado de la calle, un arma me apuntaba directamente por primera vez en mi vida. Automáticamente mis manos se elevaron sobre mi cabeza en son de paz, rindiendo mi posición. Antes ya había dejado caer el bolso para observar este singular operativo y en años anteriores sólo había escuchado las mismas ráfagas y metrallas desde los confines del patio de la casa, a lo sumo.
Ese día, la sucia pelota brillaba sobre mis palmas y arriba de mi cabeza. La dejé caer torpemente y la tomé en el aire luego que rebotara en un gran pastelón de cemento, a mi entender haciéndole ver a mi "contraparte", que yo a lo más jugaba con la pelota y su redonda inocencia.
En mi mente sólo encontraba el recuerdo de mi cama bien arrugada al despertar y el dulce olor de una leche con chocolate y un humeante pan tostado con mantequilla y otro con palta (...)
Tensos segundos pasaron, y la distancia que me separaba de la ley se había acortado ya a la mitad.
La policía me analizó de cerca; mi rostro imberbe y adolescente, además de la expresión de miedo y pavor en mis ojos alejó seguramente el dedo del gatillo. Un ademán que se inició en el hombro que sostenía la culata de la metralleta, me invitó no muy amablemente a que siguiera mis pasos con prontitud.
Corrí y no respiré siquiera una sola vez hasta haber cerrado por dentro la puerta negra de la entrada de la casa. Nunca me pareció más negra que en esa oportunidad.
...ya en la noche y antes de dormir pasé al baño, allí dentro, me percato de la aparición de unos pequeños e incipientes pelos en mis genitales.
Luego el silencio se apoderó de mis labios. Y hasta hoy, frente a estas negras teclas, esta historia no había encontrado una salida expresiva.
Ese día, en palabras de Juvenal, mi alma maduró...
2 Comments:
Hola bello público,
Claro que ese miedo que pasaste maduraste al instante. Ahora que eres peludo, los miedos son otros.
Saludos
Gabriela
Hola Gabriela;
Algo parecido, aunque no igual, sentí la primera vez que me pusieron un puñal en el estómago...
Y eso fue más cerca tuyo (en Viña).
Quizás otro día escriba sobre eso.
Un abrazo.
Rafa
Publicar un comentario
<< Home