©2007 RKM
... Celebremos la noche, mientras la luna arroja su lumbre por todo el bosque...
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De pronto un ruido metálico, brevísimo e inesperado, estremeció mis manos llenas de tu galáctea. Por un momento olvidé que el frío acechaba, esperándolo todo ahí afuera, casi como que la neblina corría oblícua desde temprano, montaña abajo, agazapando el vapor que mana de la escarcha.
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Donde antes no había nada, salvo un puñado de sílice, nacieron lentamente y por docenas, diminutas y perfectas esferas color de agua. El viento cuajaba entonces, su aliento goloso sobre el metal, como anticipando la oscura y gélida noche. El aire parecía una seda rubinéctar y en su harnero acarreaba de un campo a otro, leves trazas sabor a óxido.
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No hay tiempo en tus labios...
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Y mis latidos ebullen, se escapan mis venas y te penetran; dibujas algo, sonríes y marcas tus huellas, resbalando por toda mi carne húmeda. A contraluz voy ascendiendo, desenfocando la mirada...
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Una gruesa de gemidos caen luego rebotando desde el cielo; tu cabello arremete y un haz de luz se cuela por mi boca, desde los castillos mantecosos de la luna. Ella sabe, escuchó atenta cuando te hablé de mi agonía; violenta y dulce...
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