De arroyos y tembladeras... ( adendum )
...mientras destilo porque me lleves más adentro, más allá del monte, hasta lo más verde del candor del cerro.
Las bayas y los cardos se menean bajo la presión de tus rodillas, y les corre savia por la corteza rugosa y espinuda, por la otra suave y resbalosa; en mis nudillos tu cuello explota y peripla de un lado a otro, y mis dedos son cadena y gargantilla, collar y luego diadema sobre el polvo que ya no se levanta en esta tierra, ahora mojada y sudorosa. Convertiremos al mundo en greda si nos dan tiempo…
Mis lenguas rebotan y golpean, empujan y caracolean por el batiscafo húmedo de tu sendero; cocido en el vapor de tu carne, siento el resplandor magmático de la pachamadre colarse por mis poros y salirse por mis ojos. Me ves y sonríes por las caderas, con un gesto bello de tus pechos jirondosos. Mi boca ya te muerde antes de tocarte, batiendo bocanadas y terciando mandibuleos entre avispas atónitas y colibríes sedientos de nuestros destilados; las abejas esperan pacientes, ya bien dispuestas a frotarse ruborosas cuando sea el momento, con nuestros estambres encendidos. Las hormigas desfilan ya en hordas interminables, desde todas las comarcas vecinas, marchando lentas al cateo de las sobras y al paladeo del rescoldo que descansa bajo nuestra piel.
El sueño de tus párpados batirá sus bisagras, endulzando mi catapulta y en mi carne arderá el deseo de exorcizar la tierra de su mortal condena; en mis poros se abrirá el tiempo y el aire me condensará lentamente en tibia caricia y en cobijo abrasador de besos que recorrerán tu espalda en dirección al sur. Te daré la vuelta a besos, labio a labio; reptando por tus genes como alegoría frenética. De tu pelo a tus vellos, como jugando a llevar golosinas pegajosas de un lado a otro. Acarreando placer, de un extremo al siguiente, escribiendo trepisondas en tu vientre con mi suave y jubilosa fechoría de mejillas llenas de ombligo…
Bajamos luego, al fondo de la quebrada, junto al chorrillo de aguas claras que viene del norte; algunos llaman al sector “el agua corta”, otros simplemente le dicen “agua larga”…
Ahí bautizamos nuestros labios, y bebimos tres sorbos de una misma hoja de nalcas. Me mirabas como diciéndome, “quiero más monte…” y por mi retina pasaban otras hierbas y otros terrones más mullidos para cobijarnos. Tomé tu mano y caminamos corriente arriba, mientras en la ribera los sauces despeinaban tus greñas con sus ramas danzantes; el viento empezó a caer desde las tierras altas, con la tibieza y el volumen de puelches memorables. Sopló en nuestras caras por tres horas y en eso nuestros pies ya daban los últimos taconeos hasta dar con el refugio de las veranadas.
Entramos y me sacudiste de un palmetazo las hojas de la solapa y de un beso arrancaste la sed que traía entre los labios. Espera te dije, prenderé el fuego… y mientras encendía el fogón con ramitas secas y hojas viejas, tus manos fueron a buscar por debajo de mi entrepierna el tributo de mi sangre convertido en tibia mistela. Tengo hambre me susurraste, “cómeme, te dije...!!! y puse mi lengua en tus labios como dejándome atrapar. Bífidos y calientes, como dos salamandras encabritadas, empañamos el ventanal con nuestro aliento enmohecido.
…acompasadamente te cubrí con mi carne, hasta que la hilera de castaños que rodean la terraza, fueron botando uno a uno sus frutos, de tanto temblor que daba la tierra. Afuera en el estero, corría el agua como vendaval de gotas en loca carrera; encima del techo, la bruja que tiene una escoba vieja por veleta, giraba su sombrero hacia el sur y ponía su torcida nariz enfrentando al viento…
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Entre monturas y aperos, te doy un tarascón profundo y goloso. Mi boca nace por fin en la tuya, pariendo besos desconocidos y frescos, recién horneados para los dos; y bautizamos el aire que nos separa con el sudor que cae de nuestro anclaje. Comunión y rito, succión y arremetida.